martes, 1 de noviembre de 2011

Para otra visión del patrimonio


Demasiadas veces entre nosotros vemos el patrimonio histórico construido en clave prohibitiva, como un conjunto de obligaciones y limitaciones, como un peso que algunos gustan cargar... Y no como una energía y una formidable fuente para ser creativos y propositivos . Eso es un mal nacional, viejo y tonto, que a veces renueva una mirada reaccionaria. Construida sobre miedos e intolerancia. 
    Lo peruano, lo limeño, lo cusqueño…etc. vividos como padecimiento y castración. Sacralizar lo patrimonial para dejarlo intocado, negarlo y esconderlo, lo que revela es una antigua mala consciencia nuestra , debida a un pasado asumido más como trauma que como identidad.
    Se podría entender en parte como saldo de una historia cuyos legados algunos sienten más ajenos que propios, pero ese trauma adolescente debe ser afrontado.
    Y por no hacerlo y vivirlo mal hay discursos a veces inflamados y patrioteros, que devienen fetichistas y sadomasoquistas con esa obsesión paralizante sobre perpetuar los testimonios del pasado. Esos discursos frecuentemente chauvinistas y moralistas lo que postulan, en buena cuenta, es un menosprecio a nuestra capacidad de disfrutar y entender con inteligencia y lucidez eso que somos y hemos sido. Ideologizar el patrimonio es tramposo y mediocre. Se vive así lo peruano como maldición y no como entidad disfrutable.
    Que la santidad de Santa Rosa consista en silicios, coronas de espinas y llaves lanzadas a un pozo es revelador de que nos gusta sufrir y que parece prohibido gozar. Visión ancestral y colonizada de no atreverse a ser lo que somos , algo que ahora por fin corrige nuestra recuperada gastronomía (esa que, por lo demás, existió y fue placentera siempre). Hay el miedo a la fiesta, al disfrute, algo que les parece pecaminoso a no pocos.
    Que la cultura sea cerrada y negada , y que esté convertida en una retórica facilona y moralista y que no sea abierta y vivible como un encuentro proactivo y valiente entre pasado, presente y futuro es tan equivocado como mediocre. Recuerda esas tontas teorías de la dependencia según las cuales solamente merecíamos ser perpetuamente de segunda clase.
    Y no como pedía, por ejemplo, el Mariátegui verdadero, plural y humanista, crear algo que no sea calco ni copia. Como también lo pidieron en su generación varios peruanistas: Basadre, Vallejo, Martín Adán, Haya. No así el hoy mentado Riva Agüero que nos quería europeos y españoles.
    En ese menjunje mental, que aún sigue, nuestra relación con la modernidad nunca ha tenido la frescura que, por ejemplo, sí han tenido creadores e intelectuales en Brasil y en el México sucesor de Octavio Paz, ese notable y generoso creador y ensayista que en El Laberinto de la Soledad hizo cuentas claras con su pasado y sus obsesiones para inventar su libertad, su presente y su futuro.
    Entre nosotros la modernidad es culposa. Y cuando se trata de mezclar y encontrar viejo y nuevo lo tenemos difícil. Y ese desencuentro lo pagan, por ejemplo, nuestras huacas abandonadas a su suerte y nuestros centros de ciudad abandonados a la suya. Con el inmovilismo como bandera. No tocar ni permitir nada es una recurrente manía fetichista que lo primero que hace es castigar ese patrimonio y ajenarlo a la apreciación de todos.
    Pues todo arte, toda arquitectura se hace para ser vista y vivida y no para ser escondidos. Por eso las huacas negadas son invadidas e ignoradas. Si en cambio se las ve como espacios para actividades, como pasa con sus pares en todo el mundo culto hoy, estos testimonios de un tiempo se enriquecen en su comprensión, en su poética, en su huella. Hacer cultura viva, es decir, integrar patrimonio y cotidianidad, homenajea y no transgrede. Aunque ofenda a beatos.
    Esos cambios esperan. Nuestro INC ha sido y se ha creído una policía. Y no un gestor, alguien cuyo encargo es vitalizar y no guardar en formol, cuya tarea es poner esos escenarios en uso. Y con ese perfil institucional tuvimos una fábrica de decir no. Y no cómo.
    Hoy debemos construir otra mirada porque esos engañamuchachos deterioran y no conservan. Tenemos varios centros históricos vacíos, empobrecidos y conflictuados, a los que pocos van, porque allí no pasa lo que importa, y en cuyas plazas ni se juega ni se toma café en la calle ni hay sombra ni color.
    Y en nuestras huacas y restos, incluyendo conventos casi vacíos, en vez de ser referentes y espacios de encuentro se instala una fantasmagoría. Recuperar es –sería- volver esos espacios vivos y sostenibles. Que sigan como están es atentar contra ellos. Y bienvenidas las necesarias alianzas público- privadas para lograrlo, porque la plata del Estado no alcanza. Ni su imaginación, cuando existe.
    La imaginación al poder, se pedía, sabia y desideologizadamente, en Mayo del 68. Y algo parecido piden hoy los indignados, esos filósofos del nuevo descontento. Afrontar retos en vez de repetir recetas fracasadas.
                                                                                                          Por AUGUSTO ORTIZ DE ZEVALLO



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