lunes, 13 de junio de 2011

No a la muerte de las lenguas

Escribe: Jaime Barrientos Quispe

Sociedad - 12 jun 2011

El mundo por la hegemonía comercial y tecnológica del idioma inglés corre el peligro de convertirse en una esfera monolingüe, sin matices y de monocorde color pardo oscuro. El autor de este breve ensayo nos advierte de ese peligro y sugiere, después de efectuar una visita panorámica sobre nuestra triste y desalmada historia de desdén idiomático, que es necesario formular un conjunto de propuestas de rescate medio ambiental de las lenguas quechua y aimara y sus peculiaridades de habla local. Llama la atención de los estudiosos de las lenguas andinas y de la realidad plurilingüe peruana, busca convocar voluntades en los educadores bilingües y en los enamorados de su lengua nativa y en todos aquellos animadores sociales y culturales comprometidos con la defensa idiomática y con la reivindicación de las lenguas y de la cultura andina.
   El año de 1997 el lingüista irlandés David Crystal reflexionó en su libro La muerte de las lenguas editado por la Universidad de Cambridge, sobre qué cosas podrían ocurrir si el idioma inglés continuaba creciendo al mismo ritmo o a mayor velocidad. Quizá llegue el día en que sea la única lengua que deba aprenderse y en la que sea obligado comunicarse. Si esto llega a suceder, concluía, será el mayor desastre que padecería el planeta Tierra en toda su historia.
   Ante esa amenazante eventualidad afirmamos que la necesidad de información acerca de la inminencia de pérdida de las lenguas madres y originarias de diferentes pueblos, es urgente, diseñar y aplicar políticas públicas y programas estratégicos que enfrenten y detengan la muerte de las lenguas y eviten que ese indeseado desenlace se convierta en realidad.
   Las diferentes lenguas que en el mundo existen no deben morir por la riqueza intrínseca que poseen y por la variedad expresiva que les es consubstancial. Por tanto, el difícil trance en que se encuentran las lenguas y el peligro de extinción que pende sobre ellas como espada de Damocles debería ocupar un lugar preeminente en cualquier programa lingüístico de conservación del medio ambiente, entendiendo este, no solamente como cuidado ecológico, sino como promoción humana y cultural que afirma identidad y valora las particularidades.
   Las lenguas aimara y quechua en este contexto no son excepción. Al ingresar a un nuevo siglo caracterizado por la gran celeridad en los cambios tecnológicos y por la hegemonía dominante y absorbente del idioma inglés que surge creando nuevos servicios, innovando ofertas, predominando en el márquetin, añadiendo nuevos vocablos a la ciencia, etc., es un deber estar alertas y disponer medidas promocionales y afirmativas de las lenguas madres.
   Por ejemplo, detectamos que en la región Puno aún no valoramos en su exacta dimensión esta amenaza. Hoy en día muchas de las variedades del quechua y del aimara permanecen ignoradas, huérfanas de toda atención y lo que es peor, en peligro de desaparición y muerte. Ante esa inexcusable constatación, es hora de promover una nueva ecolingüística que permita fijar las variaciones idiomáticas en función a territorio, espacio e idiosincrasia, mediante la aplicación de acciones urgentes como levantar mapas idiomáticos y difundir y afirmar sus hallazgos y peculiaridades. Estas acciones deben emprenderse con urgencia ya que es tarea que nos concierne a todos
  
RALENTÍ QUE REVISA LAS POLÍTICAS LINGÜÍSTICAS
Las diversas lenguas que viven en el mundo a través del uso que le dan los pueblos, poseen riquezas propias y lucen gran pluralidad de matices, porque sirven para comunicarnos y nos permiten expresar lo que pensamos, definir y orientar el qué y quiénes somos y abrir abanicos para saber qué sentimos en nuestra relación con el entorno, por ejemplo, cuando describimos el mundo o cuando establecemos relaciones con él para entenderlo y transformarlo. Sin embargo, si hacemos una breve revisión de la historia peruana en defensa de los idiomas nativos, veremos que no hubo políticas lingüísticas diseñadas para promover y defender esas lenguas, detectamos que nunca se elaboró políticas lingüísticas y que sucedió todo lo contrario. El Perú oficial arrinconó y castró sistemáticamente el uso de nuestras lenguas maternas e impidió su desarrollo y expansión y… entonces… Todos los seres humanos que desde la infancia hemos bebido y lactado de nuestra cultura materna a través de la lengua, hemos tenido un crecimiento minorizado, desdeñado y despreciado. Se nos ha impuesto un Perú con idioma diferente al nuestro.
   En el gobierno de los incas, tal como lo señala Cerrón-Palomino en su ensayo sobre Multilingüismo y política idiomática en el Perú, la política idiomática reconocía como única lengua oficial al quechua, en su variante de chinchay sureño, en calidad de “lengua general”. Su conocimiento era obligatorio por parte tanto de la nobleza local, como de los funcionarios, los miembros del aparato administrativo y los mercaderes. El uso oficial de la lengua en las esferas propias del gobierno y la administración no excluía el empleo de las lenguas o dialectos particulares propios de las diferentes etnias. El aprendizaje de la lengua se hacía por inmersión social mediante el traslado de los futuros gobernantes locales a la metrópoli.

POLÍTICA IDIOMÁTICA COLONIAL
La invasión española fue violenta y traumática porque significó la interrupción del desarrollo autónomo de la civilización andina e impuso el inicio de una etapa de dependencia respecto del poder foráneo. La "distancia tecnológica" entre la cultura impuesta y la nativa fue tan grande que el mundo andino fue subsumido con la cruz y la espada dentro de un nuevo orden establecido con criterios de fanatismo religioso, de visiones conservadoras y arcaicas.
   La unidad política y cultural alcanzada por los incas se quebró y quedó trunco el ensayo de unidad idiomática perfilada a través de la difusión del quechua general. En ese escenario el conquistador se interrogó: ¿En qué lengua debía conducirse la conquista espiritual de la masa aborigen? Sólo cabían dos opciones o se empleaba el castellano o se utilizaba la lengua propia de los indios.
    Pese a que La Doctrina de 1584 buscó normalizar el empleo de un solo texto de catequización y bajo su patrocinio se redactó cartillas, catecismos y confesionarios y se creó cátedras y catedrillas de quechua, no funcionó a cabalidad la propuesta y el quechua inició su declinar histórico. Ni qué se diga del aimara y otras lenguas. Sin embargo hubo experiencias sugestivas que se dieron una en la propia Catedral de Lima construida a principios de 1551 y concluida el año de 1571 y otra en la universidad de San Marcos donde las lenguas elegidas para la catequesis fueron naturalmente las "mayores” como el quechua, aimara y puquina.
   En 1770, Carlos III ordenó en su conocida Cédula de Aranjuez la castellanización obligatoria de los naturales de América, Filipinas e incluso, dentro de la propia península española, afectando a los catalanes.
   Esta imposición, fue expresamente dada para el Perú, tras la revuelta de Túpac Amaru en 1780, cuando Carlos III prohibió el uso del quechua en la escuela. A raíz de ello cobró nuevo impulso la “castellanización”, confiada a sacerdotes seglares, menos interesados que los jesuitas y dominicos en la vida y tradiciones indígenas. A pesar de esta imposición, muchos grupos se resistieron y persistieron en el uso de su propia lengua, interrumpiéndose la comunicación, en tanto que no hubo un vehículo idiomático que fuera compartido por el grupo dominante frente al dominado y viceversa.
   Por lo tanto, la tragedia para las lenguas andinas y para la milenaria cultura del Perú, empezó el 29 de marzo de 1784, cuando el Virrey Agustín de Jáuregui y Aldecoa, abolió la enseñanza del quechua, y dio un plazo de 4 años para el exterminio total del quechua hablante; también prohibió el uso de ropas, danzas y cantos nativos. El horizonte lingüístico se modificó abruptamente. No solo se impuso el castellano como lengua dominante sino que se desvistió a los indígenas despojándoseles de su vestimenta típica y propia y obligándoseles a usar los atavíos y vestidos peninsulares, en usos y costumbres que duran hasta hoy. También se afirmó el poderío colonial en todo el territorio peruano, lo que no duró sino hasta 1821, pero que respecto a las lenguas nativas persiste hasta hoy e inclusive con mayor crueldad cultural.
  
POLÍTICA IDIOMÁTICA REPUBLICANA
El proyecto de castellanización compulsiva se tradujo en medidas tales como la creación de escuelas rurales donde los “indios” debían estudiar obligatoriamente, pero en idioma diferente al suyo. El proceso de ‘castellanización’ fue brutal y descomunal y fue causante de una serie de discriminaciones en los dominios sociales, económicos, políticos, culturales y lingüísticos. En lo lingüístico la castellanización condujo a la distorsión y relegamiento paulatino del aimara y quechua, haciendo que sus propios hablantes califiquen a su lengua como de “bajo prestigio”, “de mal hablado”, “de mala calidad”, etc., inclusive ahora continúan ofreciendo denominaciones como “feo”, “agramatical”, “anticientífico”, etc., para justificar su alejamiento del idioma materno. Lo más deplorable es que hoy a las lenguas andinas se las asocia y une con pobreza, es decir quienes hablan esas lenguas son personas pobres y de segunda categoría que ni siquiera sirven para efectuar buenos trabajos. La castellanización y evangelización despersonalizaron a quechuas y aimaras y como consecuencia de esa aculturación, ha surgido un proceso de auto odio y de alienación cultural.
   La creación en el Perú de dos repúblicas, una la “república de los blancos” y otra la “república de los indios”, es hasta hoy una de las causas para que subsistan y afloren con fuerza inusitada elevados tintes y grados de discriminación hacia las lenguas andinas y amazónicas y hacia quienes aún las usan. Recordemos la publicación que realizó el diario Correo el 23 de abril del año 2009, donde en primera página y en la sección de “Política y en el editorial del director” se cuestiona el nivel cultural, la ortografía y sintaxis en castellano de la congresista quechua hablante Hilaria Supa. El director de ese medio de prensa, Aldo Mariátegui calificó de ignorante a la congresista y afirmó que ella escribía peor que niño de ocho años. Dijo también que estaba siendo “generoso” al decir que la instrucción de la congresista era elemental. Obviamente la “pataleta cultural” del diario configuró un declarado acto racista y de discriminación lingüística en pleno siglo XXI, pese a que en el Perú se pondera la igualdad y se habla de equidad y de derechos lingüísticos. A decir verdad, el racismo moderno surgió desde el Renacimiento, se amplió con la conquista de América y continuó en sendos procesos de genocidio cultural de los pueblos indios a los que para ser, estar, permanecer y adquirir valor, se les obliga a asemejarse a la cultura dominante. En la actualidad, el racismo se evidencia en que la población “blanca” que es la culturalmente dominante, ha impuesto valoraciones y normas de conducta que discriminan a los mestizos y sobre todo a los indígenas, con formas de exclusión violenta, de sometimiento radical, de odio extremado y de difamación exagerada hacia el “otro”.
   Por otra parte, los invasores dejaron como herencia una “raza” de mestizos que en la práctica y a menudo no son más que indígenas que se niegan a sí mismos y no asumen su condición cultural por temor al estigma que pesa sobre su identidad y la discriminación que hacerlo conlleva. Se apela al término mestizo por temor a reconocerse como indígena que asimiló aportes de la cultura occidental. Lo indígena es visto así como un pasado romántico del que nadie se hace cargo de un modo personal, identificándose como tal. Es preciso enterrar el viejo esquema del “crisol de razas”, embuste ideológico que sirvió para negar la persistencia de tradiciones culturales diferentes y convertir a la hibridez en motivo de jactancia, tal como lo sustenta Colombres en su libro América como civilización emergente.
  
SITUACIÓN ACTUAL DEL AIMARA Y QUECHUA
Como resultado de los mecanismos de dominación colonial y republicana, la sociedad andina y las comunidades selváticas fueron desestructurándose y sin pausa han ido asimilándose a la cultura castellana. El lingüicidio corrió parejo con la política etnocida y genocida de los grupos gobernantes. Recordemos que la invasión española no sólo fue una empresa de carácter militar sino también fue acometimiento y hasta atrevimiento religioso. La propagación de la fe católica fue el poderoso argumento que legitimó el abuso y la dominación física y moral del “indio”. Con la cruz y la espada se sojuzgó a los nativos del Perú
   La situación actual del quechua y del aimara es la de ser lenguas venidas a menos, en franco retroceso en relación con el castellano. En muchos casos, se trata de lenguas menospreciadas incluso por sus propios hablantes. El uso de estas dos lenguas está confinado al nivel familiar y doméstico. La enseñanza alcanza solo al nivel básico de educación primaria. El Atlas of the World’s Languages in Danger– UNESCO 2010 presenta los siguientes datos demográficos de hablantes quechuas y aimaras. En Argentina se denomina al quechua, quichua existen 6,739 hablantes; en Bolivia 2, 530,985 hablantes; en Colombia que toma el nombre de Inga y no quechua, hay 19,079 hablantes; en Chile 6,175 hablantes; en Ecuador que toma el nombre de qichua existen 499,292 hablantes; y en el Perú hay 3, 214,564 de hablantes, haciendo un total de 6,276, 834 hablantes quechuas en los seis países de América del Sur.
   En cuanto a los hablantes aimaras en Argentina existen 4,104 hablantes; en Bolivia 2, 001,947 hablantes; en Chile 48,501 hablantes; en Perú, 440,816 aimaras. Todos suman un total de 2, 465,368 aimara hablantes.
   Tal como lo señala David Cook en su libro La catástrofe demográfica andina. Perú 1520-1630. Fondo Editorial PUCP, en el momento de la conquista la población indígena en el territorio del Perú actual era de nueve millones de personas, pese a los siglos transcurridos la población indígena aún existe, pero cada vez en franco proceso de desaparición y con ellos también sus lenguas andinas.

RUPTURA INTERGENERACIONAL
Hoy las lenguas andinas padecen procesos de desplazamiento y arrinconamiento por su contacto con lenguas colonizadoras como el español, portugués o inglés. Nutridas investigaciones sobre el tema coinciden en que uno de los elementos medulares para que exista esa ruptura se debe a que no hay transmisión intergeneracional del idioma entre padres e hijos. Esta realidad de ruptura intergeneracional es el principal factor que coarta y limita la vitalidad lingüística, tal como lo precisa Hagège en su libro “No a la muerte de las lenguas”. Es decir, si en la comunicación familiar durante la socialización de los niños se introduce una lengua foránea y hegemónica, que para el caso es el castellano, como medio de comunicación vehicular cotidiana, entonces se desprende que la lengua minoritaria aimara o quechua se encontrará en inminente peligro de desaparición. Este hecho arrastra consecuencias tales como en primer término el envejecimiento del idioma porque quienes lo hablan son mayormente ancianos o adultos mayores y en segundo término que un escaso número de niños la adquieren como primera lengua. Por tanto, la ausencia de nuevos hablantes nativos del aimara o quechua es considerado como real y sombrío pronóstico para la futura supervivencia de esas lenguas.

PREJUICIO Y RACISMO LINGÜÍSTICO
El prejuicio lingüístico es un prejuicio social y cultural. Creemos que el combate al prejuicio lingüístico pasa principalmente por las prácticas escolares. Es necesario que los maestros tomen consciencia de la situación y no asuman el rol de difusores y mantenedores del prejuicio lingüístico y la discriminación. El prejuicio cultura es más antiguo que el propio cristianismo. La lengua es instrumentalizada por los poderes oficiales como mecanismo de control social. Dialecto y lengua, habla correcta e incorrecta, lengua útil o lengua inútil, lengua dulce o lengua áspera, son conceptos que se escuchan a diario y con ello se muestra la ideología de exclusión y de dominación política a través de la expresión oral y aún escrita, tan difundida y promovida por las sociedades occidentales.
   En este contexto, veamos un caso, publicado por el diario El Comercio de Lima del 20 de febrero del año 2009 en la que se difunde un comentario sobre la lengua quechua escrito por Juan Vera y se lee: ¿Que se enseñe en los colegios el quechua?? Ni siquiera se enseña bien el castellano, y menos aun lo hablamos bien. Que se enseñe el quechua en institutos y el que desea aprenderlo como cualquier otro idioma que lo haga, pero no como una obligación, pues no tiene ninguna utilidad actual. Seamos realistas. Hablo inglés y francés y me fue muy útil en mi profesión por el acceso a la información. Lamentablemente los pueblos que hablan quechua en nuestra sierra no pueden avanzar en su educación porque no hablan español y eso les limita su desarrollo. Enseñémosles el español para darles una oportunidad de desarrollo.
  El autor de este texto fortalece los prejuicios y maximiza la discriminación por razones políticas y de diversidad de clases sociales. En el fondo de su argumentación expresa que las lenguas de los pueblos indígenas no son adecuadas para expresar los valores de las sociedades occidentales intelectuales. Además, apela a los prejuicios sobre origen, futuro y comparación de las lenguas antiguas y actuales, puesto que implícitamente dice que las lenguas antiguas y actuales correspondientes a sociedades poco avanzadas, son primitivas. Remata en su comentario que hay lenguas útiles e inútiles. Las que son de comunicación y las que no lo son.
   Sin embargo, encontramos ejemplos más didácticos sobre prejuicios lingüísticos, tal como lo señala el lingüística de origen catalán Jesús Tusón en su medular producción Los prejuicios lingüísticos, cuando afirma que decir “El alemán es áspero”, “el quechua es dulce”, “el francés es musical” son ejemplos de prejuicios lingüísticos propios de una “desviación de la racionalidad que, casi siempre, toma la forma de un juicio de valor o bien sobre una lengua (…) o bien sobre los hablantes de una lengua”.
   Otro de los temas recurrentes es que se afirma que las lenguas andinas son dialectos. Referirse a ellas como tales es peyorativo y es un prejuicio lingüístico, y, como bien señala Tusón, ésta es una muestra del racismo orientado a las lenguas. Esta distinción perversa entre lenguas y dialectos ha calado hondo en los propios hablantes que llegan a afirmar que lo que ellos hablan “son dialectos y no lenguas verdaderas”, y por eso rechazan que sean enseñadas en la escuela. Esto ha generado que unos hablen ‘bonito’ y otros hablen ‘feo’. Es decir unos hablan erráticamente y otros correctamente. Pero la pregunta es ¿Según quién?
   Es a partir de la confrontación entre la manera de hablar de las personas y de esa lengua codificada, que surgen los conflictos lingüísticos. La persona, al comparar su modo de hablar con aquello que aprende en la escuela o con lo que es codificado, ve la distancia que existe entre esas dos entidades y piensa que su modo de hablar es feo y errático. Cualquier tipo de imposición lingüística acaba generando un efecto contrario que es la auto regulación lingüística o la promoción de un prejuicio lingüístico por parte de las capas sociales dominantes.
   Otro tema es que el aimara y el quechua están asociados a la pobreza, en consecuencia quien habla aimara o quechua es “pobre” y su lengua no tiene valor económico. Todo ello delinea los rasgos de racismo lingüístico pese a que la lengua aimara o quechua son forjadores visibles de identidad y de riqueza cultural. Los aimaras y quechuas son pueblos con lengua, identidad y cultura propia que puede vivir con todas las culturas.

AIMARA Y QUECHUA SON CULTURA SIN LENGUA
Si uno de los factores potentes del ocaso de las lenguas andinas es la no trasmisión de la lengua de los padres hacia los hijos, el panorama lingüístico en nuestra región es sombrío y alarmante. No pasaran ni cincuenta años, en que los aimaras y quechuas nos quedaremos con “cultura” pero sin lengua, al igual que nuestros hermanos de la Isla de los Uros, que se reclaman Uros, pero lo hacen en castellano, puesto que, ya casi nadie habla la lengua Uro. Pese a ser Puno una región trilingüe, aunque hayan poquísimas personas que hablan castellano, aimara y quechua. También, es cierto que existe una bolsa significativa de hablantes monolingües de castellano. La apuesta sería por establecer un modelo tetra lingue donde todas las personas aprendamos aimara, quechua, castellano y una lengua extranjera que puede ser inglés, francés, árabe, portugués, que ya son exigencia del MERCOSUR o de UNASUR para las lenguas extranjeras. Sin embargo, no olvidemos que las lenguas están asociadas al poder político, sino miremos al inglés, lengua predominante en el mundo y de cómo el modelo del “sólo-inglés” americano está dominando cada vez más espacios sociales.

PUNO Y LA NORMALIZACIÓN LINGÜÍSTICA
No obstante, ante tan negro panorama se vislumbra algo positivo y es la normalización. Tenemos que las instituciones de la región Puno, sobre todo las de carácter político-administrativo, las educativas y muchas sociales, hacen esfuerzos denodados, pero separados en el proceso de normalización lingüística del aimara y del quechua, hecho al que, felizmente, no son ajenos los medios de comunicación local.
   El proceso de normalización lingüística ya se viene aplicando en el sistema educativo regional, pero aún es raquítico y con una serie de problemas programáticos y logísticos. Sin embargo, se tiene un perfecto aliado en los medios de comunicación local de radio y televisión en el que se aplican cuotas de uso oral del aimara y quechua por horas o tipo de programas que fomentan la normalización lingüística. Fórmulas no necesariamente homogéneas para toda la región, pero que tienden a la normalización y equilibrio del uso de la lengua aimara y quechua que se encuentran en situación frágil y sensible.
   Cuando hablamos de la normalización de una lengua hacemos alusión a la recuperación de su status de lengua “normal”, es decir, de lengua cuyo uso oral y escrito sea fluido, natural y espontáneo en cualquiera de las situaciones que se pueden producir en la vida pública y personal de sus hablantes.
   Es importante remarcar que cuando hablamos que la normalización social de una lengua necesariamente pasa por la normativización del idioma. En ese sentido, Ramón d’Andrés Díaz en su trabajo “Los procesos de normalización de las lenguas”, señala que: “La normativización es la fijación del código lingüístico para adecuarlo a las necesidades de normalización social. Muy frecuentemente, la normativización es indisociable de la estandarización, que consiste en la elaboración de una variedad o dialecto específico. Cuando una lengua no está normalizada socialmente, se utiliza exclusiva o predominantemente de manera oral en el ámbito familiar. En ese estado primario la lengua no tiene más manifestación que la multiplicidad dialectal; lo que para una lengua normalizada es un aspecto más de su realidad, para una lengua no normalizada es su única realidad. Además, una lengua no normalizada se usa única y preferente en registros orales informales, por lo que no está capacitada para desarrollar sus capacidades en registros o temas elaborados. La normativización surge por la necesidad de normalizar socialmente. Por tanto, si una lengua no se normaliza, no se normativiza”.
   No podemos estar más de acuerdo con estas afirmaciones. Para que una lengua pueda tener futuro y que sea posible su desarrollo como vehículo para la comunicación general, en otros niveles distintos del familiar y coloquial, es preciso la normativización. Según apunta d’Andrés, la normativización tiene dos grandes dimensiones: 1) Fijación de normas lingüísticas de tendencia unificadora, para que a ellas se acojan todos los usuarios de la lengua, lo que conlleva necesariamente atribuir la corrección a unas formas sobre otras, aunque no haya razones de tipo glotológico que sustenten tal concepto de corrección, y 2) Estandarización, que implica la elaboración de una variedad o dialecto nuevo de la lengua, que sirve de referencia común al resto de dialectos, y que suele ser primariamente escrito.
   Hoy, casi todas las lenguas habladas en el territorio peruano se encuentran normativizadas y en proceso de normalización. Dejando al margen el castellano cuyo proceso de estandarización y normalización social se ha visto favorecido por su secular carácter de “lengua oficial”, podemos observar que en los últimos 150 años se ha producido un importante proceso de recuperación y dignificación de otras lenguas minoritarias.
   Ahora bien, ¿es posible normalizar el aimara y el quechua? ¿Ha habido algún precedente? ¿En qué situación nos encontramos? ¿Cómo se ha llevado a cabo este proceso de normalización con otras lenguas similares a las nuestras?

ALCALDE BUTRÓN CASTILLO IGNORA LA GRAMÁTICA DE LOS IDIOMAS NATIVOS
Hace 26 años que las lenguas aimara y quechua gozan de un alfabeto unificado (RM. Nº 1218-85-ED) que les otorga status lingüístico e igualdad de condiciones con las lenguas del mundo. Sin embargo, pese a tener un alfabeto oficial, los usuarios, aficionados, amantes de la lengua aimara, los mismos aimaras y quechuas no escriben ciñéndose a las normas ortográficas de esta lengua, al contrario, la violentan y escriben de “cualquier manera”’, pero como el aimara y el quechua no tiene status ni valor económico nadie dice absolutamente nada.
   Para el caso veamos un ejemplo. En el frontis de la Municipalidad Provincial de Puno, aparece la palabra Municipalidad Provincial de Puno escrita en quechua Llaqtaq wasin Puno suyupi y en aimara Puno suyumarka camachirinakana utapa. Nos parece una incursión visionaria y un hecho natural de revitalización lingüística hacia nuestras lenguas andinas propiciadas por el entorno del alcalde de Puno, Luis Butrón Castillo en letrar y nombrar oficinas y dependencias de la Municipalidad de Puno con nombres aimaras y quechuas.
   Sin embargo, podemos percibir que para el caso aimara, se lee Puno suyumarka camachirinakana utapa, la palabra compuesta camachirinakana empieza escrita con la consonante c del castellano o español, que según el Diccionario de la Real Academia Española es la Tercera letra del abecedario español y del orden latino internacional, que representa, ante las vocales e, i, un fonema consonántico fricativo, interdental, sordo, identificado con el alveolar o dental en zonas de seseo, y en los demás casos un fonema oclusivo, velar y sordo. Su nombre es ce. En tanto, que la consonante k, es la séptima letra del alfabeto aimara, es una consonante oclusiva, velar simple, sorda. Su nombre es ka. De acuerdo al alfabeto aimara se debería haber escrito kamachirinakana y no camachirinakana, este hecho desluce toda la buena intención de recuperación lingüística propiciada por burgomaestre puneño.
   Hay otro detalle. El lingüista Cerrón-Palomino lanzó una sugestiva hipótesis de que la tipología y la estructura lingüística del quechua y aimara son paralelas y transitan por una sola vertiente que él denomina quechumara. Pues bien, desde esa lógica la frase que aparece en el frontis de la Municipalidad Provincial de Puno, rompe la armonía lingüística entre esas dos lenguas andinas; en tanto que el traductor o escritor quechua traduce o escribe enfatizando el carácter institucional, colectivo e integrador del mundo andino, mientras y por el contrario el traductor o escritor aimara realza el carácter personalista de los que dirigen la institución. Veamos:


- Llaqtaq wasin Puno suyupi, que traducido al castellano significa “La casa del pueblo en la región Puno”.
- Puno suyumarka camachirinakana utapa: “La casa de las autoridades de la región Puno”
- Kamachirinaka: Cuestiones de forma y significado


Partimos de la palabra kamachiña que en aimara es un verbo transitivo que semánticamente significa ‘Mandar. Dirigir, ordenar’. Agregado el sufijo –iri, que actúa sobre la flexión verbal y convierte el verbo en sustantivo con significado del actor que realiza la acción habitual o que está en el estado que se indica. En el aspecto semántico el sufijo –iri cumple la función de indicador de acción, agente, acción habitual. Por lo tanto, tendríamos la palabra kamachiri que traducido al castellano vendría a ser la “persona que dirige, que ordena o que manda”. Como la lengua aimara es aglutinante, se agrega el sufijo –naka, plural o pluralizador, sufijo nominalizador enfático, tendríamos la palabra kamachirinaka, que traducido al castellano sería “personas que dirigen, que ordenan o que mandan”. Por último, tenemos la palabra kamachirinakana, que recoge el sufijo nominal –na genitivo sufijo nominal, posesivo y locativo, de posesión que traducido al castellano significa ‘de, en’. Por tanto, esta frase se leería ‘de las personas [autoridades] que dirigen, que ordenan o que mandan’.
   Desde hace ya algunos años en la enseñanza de lenguas se ha planteado la necesidad de integrar, en todos los enfoques comunicativos que se formulan, lo que se denomina “conciencia lingüística” que es el conocimiento explícito acerca de la lengua y la percepción y sensibilidad conscientes al aprender la lengua, al enseñarla y al usarla, o también de “reflexión sobre la lengua y la comunicación”. Lo que queremos es simplemente llamar la atención, de que cuando se aborde el tema desde la perspectiva de los hablantes se adopte un enfoque práctico directamente relacionado en el día a día y en el uso normal de la lengua y su conciencia lingüística, justamente para no cometer los errores que líneas arriba se analizó. La diversidad lingüística constituye un valor importante en la conciencia lingüística, porque es señal de identidad en un mundo globalizado y no de una muerte anunciada. Si queremos la pervivencia y vigencia de nuestros idiomas madres, procedamos con criterio, rectifiquemos errores y delineemos las estrategias para que el aimara y quechua surquen por la senda de sus afirmación y extensión.

BAJADO DE http://www.losandes.com.pe/Sociedad/20110612/51087.html

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