Los sindicalistas franceses no son nenes de pecho. No levantan huelgas en pleno conflicto, a menos que por ejemplo sea el 4 de enero de 1960 y muera un tal Albert Camus, el segundo escritor más joven en recibir el Premio Nobel de Literatura.
La radio oficial francesa rompió la medida de fuerza en acuerdo con las Comisiones de huelga e interrumpió las grabaciones de música, lo único que transmitía junto con breves boletines informativos. Tardaron en enterarse, un poco por la huelga pero fundamentalmente porque las comunicaciones de aquellos años no tenían la velocidad de las deahora. Los autos, tampoco, pero la velocidad con la que impactó el Facel Vega último modelo en cuyo asiento delantero –y sin cinturón de seguridad– viajaba el autor de La peste junto a Michel Gallimard, el sobrino de su famoso editor, su esposa Janine y su hija Anne, fue suficiente para quitarle la vida, y que trozos del automóvil volaran a cientos de metros. Sólo las mujeres, que viajaban atrás, salvaron sus vidas. En el auto viajaba también el manuscrito El primer hombre, la novela inconclusa de Camus, publicada en 1995.
En las crónicas de la época y hasta ahora nadie dudó jamás que la rotura de un neumático fue lo que provocó el fatídico choque en La Chapelle Champigny, a 113 kilómetros de París. El vehículo quedó tan destrozado que los servicios de asistencia que intercedieron demoraron varias horas en extraer el cuerpo todavía agonizante del escritor. Tenía el cráneo fracturado y el cuello quebrado. El cuerpo sin vida del Nobel fue llevado al ayuntamiento donde fue velado.
Pero quizás no fue un accidente, quizás fue un asesinato. Quizás la temible KGB –el servicio soviético de inteligencia– mató a Albert Camus. La hipótesis no es de ningún medio sensacionalista ni de ningún otro sitio conspirativo en Internet. La novedad se diseminó tras la publicación en Francia e Italia de Toda mi vida, los diarios íntimos de Jan Zabrana, poeta checo, traductor y amigo de Camus. Las dos publicaciones eligieron publicar una versión reducida de esos diarios. La traducción y la edición de ambos textos –que eliminaron cien páginas sobre un total de mil doscientas– no contemplaron un sugerente párrafo referido a la muerte de Camus que no pasó desapercibido para un amigo italiano de Zabrana, el poeta y eslavista Giovanni Catelli.
“De un hombre que sabe muchas cosas y tiene fuentes confiables, escuché una cosa muy extraña. El afirma que el incidente de tránsito de 1960 en el que murió Camus fue arreglado por el espionaje soviético. Fueron ellos quienes dañaron un neumático del auto gracias a un instrumento técnico que con la elevada velocidad logró cortar el neumático o hacer un agujero en él”, escribe Zabrana en 1980.
La orden para esta acción fue dada por el ministro Shepilov, como una recompensa por el artículo que Camus publicó en Franc Tireur en marzo de 1957 en el que se refería a los hechos de Hungría y en el que atacó a ese ministro al nombrarlo explícitamente.
Camus responsabilizaba al canciller soviético Dmitri Shepílov de la represión en Hungría de 1956. Stalin había muerto pocos años atrás y durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el nuevo líder Nikita Kruschev condenó con dureza los crímenes de su temible antecesor. Sin embargo, cuando la resistencia húngara se levantó contra los invasores rusos, el Ejército rojo reprimió con la brutalidad acostumbrada. El levantamiento húngaro duró apenas 18 días, pero quebró el temor que imperaba detrás de la cortina de Hierro. Camus lo vio entonces y tiempo después escribiría su recordada carta abierta, “La sangre de los húngaros”, en la que también criticó la pasividad –ese vicio constante, vigente y espasmódico– de Occidente. “Hungría conquistada y encadenada ha hecho más por la libertad y la justicia que ningún otro pueblo del mundo en los últimos 20 años”, sentenció Jean-Paul Sartre, enemistado con Camus, y quien todavía entonces era un comunista decidido, cuestionó a los soviéticos en su artículo “El fantasma de Stalin”. Pero Camus fue decididamente mucho más lejos.
Los testigos
Un año después, el 15 de marzo de 1957 y a pocos meses de recibir el Nobel que lo consagraría, Camus pronunció en el famoso anfiteatro de Salle Wagram, en París, un nuevo discurso contra la represión rusa en Budapest. Las repercusiones fueron grandes y tres días después apareció una crónica en las páginas del Franc-Tireur. Camus describió la operación rusa en Hungría como “masacres cubiertas y ordenadas por Shepilov y aquellos que se le asemejan”. La militancia antisoviética del escritor creció el año siguiente, cuando se convirtió en uno de los principales promotores de la candidatura al Nobel del disidente ruso Boris Pasternak, autor de Doctor Zhivago , que por esas paradojas de la vida y la literatura fue traducido al checo por Zabrana.
“Es imposible que la noticia haya llegado desde Occidente. En aquellos años, era imposible recibir una noticia tan detallada sobre un hecho que había ocurrido 20 años antes”, infiere vía mail ante la consulta de Ñ el propio Catelli.
Fue la viuda de Zabrana, Maria Zabranova, quien redujo al mínimo la lista de posibles informantes. “Mi marido podía tener distintos informantes. Jiri Zuzanek me contó hace un año que él no sabía nada al respecto. Sin embargo, hasta 1968 estaba en contacto permanente con mi marido. Era una persona fidedigna y bien informada, pero negó que hubiera hablado con mi marido sobre el tema”, explica, ante la consulta de Ñ , la mismísima Zabranova. El profesor de la Universidad de Waterloo en Canadá, Jiri Zuzanek, no contestó ninguna de las preguntas para este reportaje.
El círculo de los posibles informantes señalados por Zabranova se completa con dos obituarios: George Gibian –profesor de literatura rusa– y el traductor Jirí Barba, murieron hace tres años. “El escritor Josef Kvoreck, amigo de mi marido, que vive en Canadá me escribió hace poco diciéndome que mi marido estaba en contacto el escritor ruso Vasilij Aksjonov, que emigró a los Estados Unidos. Su madre estaba en un Gulag así que seguramente sabía cosas oscuras, pero lamentablemente también ha muerto”, asegura la viuda.
El veredicto
La familia de Camus, en tanto, prefirió el silencio que abona el suspenso de esta trama. El que no tardó en pronunciarse, en cambio, fue el polémico filósofo francés Michael Onfray, autor de una de las más recientes biografías sobre el escritor. “Es probable que los soviéticos quisieran quitarse de encima a Camus, pero el argumento del sabotaje no se tiene en pie. Según los expertos, el accidente se debió a la falta de estabilidad del Facel Vega”, explicó al diario Le Monde y a La Vanguardia.
Otro biógrafo, el ex corresponsal de la BBC Olivier Todd, salió rápidamente al cruce. “No hay un solo dato que convalide la teoría de Zabrana”.
Catelli no quiso ser menos y redobló la apuesta. Consultado por Ñ , acusó a Todd de tener una visión filosoviética. Todd había sugerido que la versión del italiano esconde una intencionalidad política contra la ex Unión Soviética. “Onfray dijo estar convencido de que los soviéticos querían eliminar a Camus, pero da a entender que lo hubiesen hecho de otro modo (y así, sin querer, abona la teoría del atentado)”, insiste.
Si hay algún dato que certifique una orden desde el Kremlin, y eche luz sobre los días, duerme en un archivo custodiado con la discreción que los sucesivos gobiernos posteriores a 1991 heredaron de sus antecesores soviéticos. Como en cualquier buena ficción, lo que importa es que sea verosímil.
También resuena la sentencia con la que el propio escritor se refirió para explicar la muerte del ciclista Fausto Coppi una semana antes que la suya: “No conozco nada más idiota que morir en una accidente de automóvil”.
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